domingo, 24 de mayo de 2009

¡A Wo!

Los ojos de aquel hombre brillaban dulces a la luz del Sol. La playa de sus mejillas enmarcaba sus facciones y una sonrisa equivalente a la que tendría alguien que se baña en el mar para besar a su amor verdadero, aun lejos del hormiguero madrileño colindante a su hogar. Y a pesar de todo su expresión externa no podía compararse a la interna, porque en su interior siempre guardaba y para sí, el mejor de sus pensamientos.

Era, su voz lo decía, paciente y metódico, capaz de hacer con sus argumentos que un león abandonara la ferocidad y el salvajismo de su naturaleza para que se dedicara a leer a Shakespeare. Era joven de espíritu, aunque la vida se hubiera dedicado a darle golpecitos con un poco de más mala leche que la que suele tener con el resto, siendo esto porque le bastaba una palabra para detener cualquiera de esas cosas que amenazaban con que su felicidad interna dejara de brillar.

Además se trataba de una persona en la que se podía confiar, porque en su trato superaba la exquisitez, en muchos aspectos, por no decir en todos. Quizás por ello sea un hombre que despierte tanta admiración al que escribe y a muchos otros, porque sabe mantenerse firmes en situaciones que amilanarían a cualquier otro.

Lo mejor de todo es que no le movía ningún interés superior al de estar bien y ser feliz, pero no por egoísmo, sino por no tener que ver mal a otros.

En definitiva: era el tipo más honrado que cualquiera podría llevarse a la cara.

1 comentario:

  1. Algo tenéis los gaditanos que os hace ser cómo sois. Algún día un madrileño lo entenderá y entonces dominaremos el mundo, como vosotros.

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